Hermanos de Nuestra Señora de la Misericordia

Casa Generalizia dei
Fratelli di N.S. della Misericordia
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Rome, de 27 septiembre de 2010
 
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista,
para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor.

(Luc, 4, 18-19).
 
Queridos Hermanos en Jesucristo,
¡Pax Vobis!

 
1.- A los 350 años de la muerte de San Vicente de Paúl

Con la conmemoración de San Vicente de Paúl del 27 de setiembre de 2010 se ha clausurado el Año Vicenciano proclamado en ocasión de los 350 años de su muerte. En efecto, el 27 de setiembre de 1660 en París, Vicente dejó para siempre la casa de San Lázaro, Casa Madre de la Congregación de los Sacerdotes de la Misión, para ir a la Casa del Padre y presentar al Señor una vida totalmente entregada al servicio de los pobres y de los necesitados, consagrada a la formación del clero y dedicada a despertar la fe del pueblo cristiano, por medio de múltiples Misiones Populares organizadas para ello. En resumen, una vida gastada en hacer más religiosa, más justa y más misericordiosa la sociedad en la que le había tocado vivir.
 
Si, como se suele decir, a la hora de dejar este mundo no nos llevaremos lo que poseamos en ese momento, sino lo que hayamos donado generosamente a lo largo de nuestra vida, Vicente se hará presentado al Señor con las manos llenas a rebosar.
 
A los Hermanos de Nuestra Señora de la Misericordia y a todos los Laicos que comparten nuestro Carisma, esta celebración nos ofrece la ocasión de re-leer la vida de nuestro Santo Patrono, medir la profundidad de nuestra devoción y, aún más, podemos verificar en qué medida seguimos su ejemplo en nuestra vida espiritual y apostólica.   

2.- Devoción de nuestro padre fundador hacia San Vicente

Al leer la homilía pronunciada por Padre Víctor Scheppers en la capilla de la Casa Madre de Malinas el 19 de julio de 1850 (día en el que entonces se celebraba la fiesta de San Vicente de Paúl), podemos apreciar la estima y la devoción de Nuestro Padre Fundador hacia este Santo de la Caridad:
 
“Su reputación, sus virtudes y sus obras de bien han resonado en todos los rincones mundo, y el ejemplo de su vida ha alcanzado los confines de la tierra.
No cabe la menor duda de que la Iglesia tiene muchos méritos y el número de sus hijos Santos es innumerable, pero nos encontramos con pocos de estos Santos que, a causa de sus virtudes, su santidad y sus buenas obras, hayan sido para nosotros de un ejemplo tan grande como lo fue  San Vicente de Paúl.
… Dios ha enriquecido a este Sacerdote Santo con gracias extraordinarias y él, aprovechándolas, ha vivido como un verdadero hombre de Dios, un prodigio de Santidad, un verdadero modelo para los pastores, ha sido voz de obispos, consejero de reyes y de reinas, restaurador del estado eclesiástico, honor para el pueblo cristiano, padre de los pobres, socorro de los miserables, consolador de los afligidos, fundador de congregaciones y de otras instituciones religiosas”.
 
La admiración y la devoción que nuestro Padre Fundador tuvo hacia este Santo, lo ayudó en la orientación de su vida de sacerdote, le confirió una gran sensibilidad hacia todos los que padecían a causa de las miserias humanas, le infundió una gran preocupación por los trabajadores, para los cuales fundó la primera asociación sindical de Malinas; en fin, lo inspiró a la hora de fundar las dos Congregaciones de los Hermanos y Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia.
 
Todos nosotros, los Hermanos, recordamos lo que Él escribió en la circular del 31 de diciembre del año 1863, en  ocasión del 25º aniversario de la fundación de nuestra Congregación:
 
“ … No sólo he creído necesario confiarles a ustedes a la potente protección de la Madre de Dios, sino que una circunstancia, que ciertamente no fue casual en los designios de la Providencia Divina, hizo que eligiéramos al heroico San Vicente de Paúl como segundo Patrono. Les quiero revelar, mis muy queridos hijos en Jesucristo, que fue justamente en la fiesta de este gran apóstol de la caridad, cuando concebí el proyecto de vuestro Instituto y todo me hace creer que Él no haya estado muy lejos de mi espíritu, mientras yo proyectaba y daba vida a un plan tan grandioso”.

3.- San Vicente, un santo muy admirado, pero muy poco conocido

La estima y la veneración que nuestro Padre Fundador tenía hacia San Vicente eran muy grandes; pero más grandes aún eran el conocimiento que él tenía de sus virtudes y el deseo de imitarlo.
No es casualidad que muchos de sus conciudadanos terminaron con llamarle el “San Vicente de Malinas”, tal como podemos leer en las crónicas de los diarios escritas en ocasión de su muerte y de su funeral.
 
Decir que Padre Víctor conocía muy profundamente la espiritualidad de este Santo de la Caridad, es darse cuenta de que él no ha caído en la trampa de hacer de San Vicente (como de otros muchos Santos), un personaje más “admirado” que “conocido”.
 
Una persona puede ser “admirada”, porque está en los labios de todos o porque es muy popular.
Para que una persona sea admirada, es suficiente que sea conocida por sus obras más llamativas, por sus acciones más espectaculares. Jesús era admirado por Herodes, por los escribas y por los fariseos, por sus discursos y sus milagros, sin embargo el conocimiento que éstas personas tenían de Él era muy superficial.
 
Es verdad que desde nuestros primeros años de formación, en el Postulantado y en el Noviciado nos han hablado mucho de San Vicente  y que, desde nuestro primer andar como Hermanos, lo hemos invocado cada día en la oración comunitaria, sin embargo, muy pocas veces nos hemos parado en reflexionar sobre su trayectoria espiritual. Para mí (y pienso que esto haya sucedido a muchas otras personas) San Vicente es el campeón y el gigante de la caridad: ¡una caridad de 24 carates! Pero me pregunto si podemos dar un contenido más preciso a esta expresión. Puede que nosotros también lo hayamos admirado al ver la película sobre su vida o nos hayan llamado la atención las imágenes en las que el Santo tiene un niño en sus brazos y lleva a otro de la mano o aquellas que lo representan mientras sostiene una persona anciana.
 
Personalmente, nunca me había dado cuenta, por ejemplo, que la de San Vicente es una espiritualidad “en progresión” y si de joven su vida no fue como para ser considerada un ejemplo de virtud cristiana, su “conversión” fue el resultado de un proceso lento y difícil, donde su sensibilidad humana tuvo un rol muy importante.
 
Desde chico manifestaba muchas buenas cualidades humanas y poseía una inteligencia vivaz, junto con una gran capacidad de organización: dones que al comienzo de su vida le sirvieron para alimentar su ambición personal y que, luego de su conversión, le servirán para organizar las obras de caridad y las asociaciones que él promovió.
Ordenado sacerdote a los 19 años, en contra de las orientaciones del Concilio de Trento, su primer pensamiento no fue seguramente el de servir a la Palabra de Dios o el de ser guía de una Comunidad cristiana, sino que su preocupación fue aquella de procurarse una función eclesiástica de mucha plata para que lo ayudara a salir de la pobreza en la que había vivido hasta entonces. ¡En su imaginación no había ciertamente la intención ni el proyecto de morir siendo un pobre cura de pueblo! Sin embargo, una vez descubiertas la grandeza y la dignidad de la vocación sacerdotal y la importancia y el rol del sacerdote como guía de una comunidad parroquial, fundó una Fraternidad que, mientras atendía a las Misiones Populares, también se dedicaba a la formación de los sacerdotes.
Su triste experiencia de joven sacerdote sin un claro proyecto de vida espiritual y pastoral, lo convenció de la importancia de una seria formación inicial y continua.
De joven y mientras seguía sus estudios en Paris, se avergonzaba de recibir a su padre por su condición de “paisano”; pero en sus años maduros, llegará a la convicción de que “los pobres son nuestros señores y maestros”. Una expresión de San Camilo de Lellis que  Vicente escuchó e hizo suya cuando, de paso por Roma, tuvo que ser hospitalizado y atendido en el Hospital “Santo Spirito”. La energía que de joven empleaba para escapar de su pobreza, más adelante será utilizada para luchar contra la pobreza de los demás.
 
Estos pocos ejemplos nos muestran el lento, pero radical camino de conversión de Vicente; un camino que, de ser un hombre de mundo, lo llevó a una profunda religiosidad y a una grande espiritualidad.
 
Como se ha dicho antes, nos sorprende como su misma sensibilidad humana haya sido el motor de toda su transformación interior:
 
El encuentro con el Señor y con el pobre lo transformaron: el Señor lo llevó hacia el pobre y el pobre lo recondujo hacia el Señor.
Su caridad profundamente humana y, al mismo tiempo, intensamente religiosa, le hizo decir: “Es verdad que el servicio al hermano lo debemos realizar con mucha sensibilidad y con un calor humano muy grande y, además, estamos convencidos que en nuestro trabajo necesitamos de una grande profesionalidad, sin embargo la motivación que nos tiene que animar, no puede ser solo humana, sino religiosa también”.
 
Ha sido un hermano quien, por teléfono, me dijo que el 27 de setiembre, junto a la celebración de la fiesta de San Vicente de Paúl, se clausuraba el Año Vicenciano. Este mismo Hermano me pedía que escribiera una carta para subrayar su opción preferencial por los pobres. Al final de la llamada me preguntaba a mi mismo qué podría escribir a los Hermanos y a los Laicos Misericordistas y fue entonces cuando me di cuenta que mi conocimiento sobre nuestro Patrono se reducía a los “lugares de siempre”, y que para mi también, San Vicente era muy admirado, pero muy poco conocido.
 
Conocer a una persona, especialmente según la terminología bíblica, no es simplemente una cuestión de cabeza pues, junto a la comprensión intelectual de su obra, se necesitan experiencia y emoción personal.
Conocer a San Vicente, entonces, significa comprender el espíritu que lo animaba en todas sus acciones, contemplar su espiritualidad, descubrir de dónde sacaba tanta fuerza para quedarse siempre en la frontera de la caridad.

San Vicente de Paúl

Hemos hablado de las dos imágenes de San Vicente que estamos acostumbrados a tener entre manos. Pero, más que la iconografía tradicional, me ha impresionado la estatua del Santo que se encuentra en la Basílica de San Pedro en Roma y que lo representa solo y sumido en la contemplación de una cruz que tiene en sus manos.
Al verla, me vino a la memoria la frase que el Santo repetía muy a menudo: “Amar a Dios con el sudor de tu frente y con la fatiga de tus brazos”.
Esa estatua nos habla de un amor encarnado y, al mismo tiempo, nos hace entender de dónde San Vicente sacara tanta generosidad. No podríamos comprender el amor misericordioso de este hombre si no pensáramos a sus apasionadas meditaciones delante de Cristo en la cruz: “Éste es el amor – decía – que lo ha crucificado y que ha realizado el designio admirable de la Redención”.
 
Conocer a San Vicente de Paúl es penetrar en su intimidad y darse cuenta de que todas sus fatigas y todas sus iniciativas en favor de los enfermos, de los hambrientos o de los sin techo, eran una consecuencia de su amor hacia Jesús quien, ayer como hoy, se manifiesta en el hambriento, en el prisionero, en el enfermo, en quien es tratado injustamente o es excluido de la sociedad.
 
¡Cuántas caras tristes de personas “excluidas” de esta nuestra sociedad! Y nosotros las encontramos en nuestro trabajo educativo, pastoral o caritativo. Ser Hermanos y Laicos Misericordistas significa tener los ojos bien abiertos para descubrir esas caras y hacerse “prójimo” como el buen samaritano quien, en el camino que de Jericó llevaba a Jerusalén, tuvo compasión de ese hombre tan lastimado por unos salteadores. 

4.- Caridad sustentada por la oración

Para entrar en el alma de San Vicente de Paúl y conocer en toda su extensión su espiritualidad, es necesario darse cuenta de la importancia que él concedía a la oración y qué significaba el rezar para él.
Desde los primeros años de su “conversión”, él se levantaba de madrugada y, antes de la celebración de la Santa Misa, dedicaba una hora  a la meditación delante del Santísimo Sacramento. Era una de las prácticas que aconsejaba a todos los curas que lo ayudaban en las Misiones Populares, recordándoles que el mismo Jesús, antes de una decisión importante, se retiraba a lugares solitarios para rezar y para comunicarse con el Padre. El Sagrario era el punto central de toda la jornada de Vicente quien, delante de Jesús Sacramentado, comenzaba y terminaba la tarea de cada día. Para él la Encarnación de Jesús y su presencia sacramental no eran sin significado, sino que constituían una escuela en donde aprendía continuamente a acercarse al necesitado y a quedar a su lado.
 
Es muy característica la relación que para San Vicente existía entre la caridad y la oración, pues supo establecer una unidad perfecta entre las dos acciones de rezar y de socorrer a los pobres. Aunque, siguiendo San Pablo, diera la primacía a la caridad, sin embargo afirmaba que esta virtud no podía subsistir sin estar alimentada por la oración. Estaba muy convencido que, para poderse entregar completamente a los hermanos, se necesitaba sacar fuerzas de la oración: “El amor – nos dice – es misión y no sólo se trata del amor a Dios, sino del amor al prójimo por amor a Dios. Esto es algo que supera toda inteligencia humana y nosotros necesitamos de la luz de Dios para medir lo alto, lo profundo y lo largo que es este amor”.
 
San Vicente nos enseña que podremos conseguir este amor sólo en una relación estrecha y filial con el Señor y  que sólo en la oración encontraremos la razón de nuestra vocación a la caridad y descubriremos que, en el fondo, ha sido Él quien nos ha llamado y nos ha enviado:
“Es Dios quien nos ha empujado a dejar nuestra tierra y los mismos padres y familiares, a renunciar a muchas experiencias de la vida y hasta a la amistad con las personas elegidas por nosotros mismos, y todo ello para consagrarnos a la asistencia de los galeotes, de los presos, de los niños y de los enfermos, sin esperar otras cosas de la vida. Sólo Dios puede operar esta maravilla. No olviden que es Él quien los ha llamado”.
 
Nuestro Padre Fundador ha formulado el mismo pensamiento, aunque en forma de interrogación, en una de sus circulares más importantes:
 
“Examinémonos con mucha valentía:
o       ¿Cuándo comenzamos a no tener ganas de hacer nuestras prácticas de piedad?
o       ¿Cuándo comenzamos a dudar de nuestra propia vocación?
o       ¿Cuándo la práctica de las virtudes empieza a inquietarnos?
 
Justamente cuando dejamos que el gusto de la oración decaiga.
Hagan la prueba y pidan a aquel religioso que vuelve su mirada hacia atrás luego de haber puesto su mano al arado: ¿cuándo tenía ganas de instruir a los prisioneros, a los enfermos, a los niños en las verdades del espíritu …? Él les responderá que eso se daba cuando él oraba”.
 
Para San Vicente, la caridad misma se vuelve oración, manifestando, una vez más, su estrecha relación:
 
“El servicio a los pobres tiene la más alta prioridad y no puede ser postergado. Entonces, si en el tiempo establecido para la oración, tienen que suministrar un remedio a alguien que lo necesita, o tienen que acudirle de una u otra manera, háganlo muy tranquilos y consagren al Señor estos servicios como si la oración nunca se hubiera interrumpido. Y nos se preocupen si para atender a un pobre, han tenido que dejar la oración. No se está relegando al Señor cuando nos despedimos de él en su nombre. Cuando interrumpan la oración para socorrer a un pobre, piensen que es precisamente éste el servicio que damos a Dios. El amor, hacia el cual debemos orientar todo, supera todo reglamento, pues el amor mismo es la ley más grande y necesitamos hacer todo lo que el amor nos exija”.
 
En otras palabras, San Vicente no tiene miedo en “despedirse de Dios para atender al mismo Dios”. Para él, el binomio caridad – oración es tan estrecho que todo nuestro obrar se  puede transformar en oración, llegando a la conclusión de que toda nuestra vida puede y debe ser una oración a Dios.
 
Aún más explícitamente, San Vicente nos dice que el pobre es una ICONA de Dios: “Si por diez veces van a visitar a los pobres, ustedes encontrarán diez veces a Dios. Acérquense a los galeotes y allí encontrarán a Dios. Avecínense a los niños, a los chico y a los jóvenes y allí encontrarán a Dios. Aproxímense a los míseros y allí se encontrarán con Dios”.
 
Volviendo una vez más a su costumbre de una hora de meditación y de adoración diaria, San Vicente nos enseña que en el necesitado nosotros contemplamos la imagen sacramental de Cristo y que el pobre es el Sagrario delante del cual podemos meditar y rezar.
 
Cuando nuestro Padre Fundador, P. Víctor, nos habla de la oración como motor de toda misión educativa, caritativa y apostólica, es consciente de la fuerza que todos nosotros podemos sacar de ella y de la contemplación del Señor: “En verdad, es maravilloso unirse a Cristo por medio de una relación intensa hecha de plegarias, de encuentros, de momentos de amor que hacen a la esencia de la oración y la hacen el motor de nuestro obrar”.

5.- Caridad y opción preferencial por los   pobres

  1. No cabe la menor duda de que el amor por los pobres de toda condición es la característica más visible y chocante de la vida y de la santidad de San Vicente; un amor que él desarrolla de una manera siempre más intensa y que, aún en  la grande prudencia que demostró a lo largo de toda su vida, lo llevará a acometer hazañas siempre más importantes y audaces.
    Es un amor que le lleva a socorrer a todas las personas en dificultad y que abarca todos los espacios de la sociedad y todas las áreas de la existencia humana: caridad universal, pues universal es el sufrimiento.
     
    Para él la miseria no se reduce a la falta de bienes materiales aún si, de hecho, esta carencia sea la más visible.
     
    ¿Cómo no considerar pobres y, por lo tanto, merecedores de ayuda, también:
    o   A aquel feligrés que no tiene el don de la fe,
    o   A  esa  mamá  que  llora  por  su hijo enfermo y para el cual los médicos se declaran
         impotentes;
    o   A  la  mujer  que,  aún  siendo  noble, se encuentra sola, abandonada por su esposo;
    o   Al sacerdote que vive en la ignorancia:
    o   Al religioso o al monje que no vive su vocación en plenitud;
    o   A aquel joven que ha perdido el afecto de sus padres?
    La miseria material, la miseria humana, la miseria social y la miseria espiritual marcan el área de acción de San Vicente.
     
    A despertar su sensibilidad y marcar su conversión fue el encuentro con un hombre muy rico económicamente y que, en su lecho de muerte, estaba atormentado por una grave crisis de conciencia. Deseoso del perdón de Dios, había estado por mucho tiempo sin posibilidad de abrir su corazón a su párroco y era incapaz de confesarse con ese sacerdote, que también conducía una vida deshonesta. Vicente fue a su casa, lo confesó, le restituyó la serenidad y el hombre pudo morir en paz.
     
    Más tarde, ya curtido por el contacto con la miseria humana y espiritual, dirá: “No puedo juzgar a un pobre paisano, ni a una pobre mujer por sus apariencias ni por su pobre cultura. Si por su rudeza y por su incapacidad física o intelectual, estas personas ofrecen una imagen miserable, podemos mirar la otra cara de la medalla y, a la luz de la fe, descubriremos la cara de Dios, quien quiso encarnarse pobre y hacerse representar en estos pobres”.
     
    En San Vicente la caridad no es una acción meramente humana que se pueda reconducir a la filantropía, sino que está dictada y sostenida por una fe muy grande. A sus Hijas de la Caridad dirá: “Créanme, hermanas, que ayudar a los pobres físicamente es muy importante, pero que, desde el momento que el Señor ha hecho nacer la Compañía, no estaba ciertamente en sus intenciones que ustedes se ocuparan exclusivamente de sus necesidades corporales”.
     
    Para San Vicente, el amor por los pobres no se reducía tampoco a una limosna o ad una ayuda realizada a toda prisa, sino que debía de estar siempre acompañado por el calor del contacto humano y por una implicación personal.
El santo de la caridad

En el film francés “Monseñor Vicente”, hay un diálogo que el Santo sostuvo con el cardinal Richelieu. En él Vicente dice: “Quiero ver el rostro del pobre a quien estoy sirviendo”. En ese “quiero ver” está contenida toda la dulzura de quien parece hasta pedir perdón del don que está haciendo, como lo atestigua esta otra expresión: “Es por amor y sólo por el amor que tú les demuestras, si los pobres te perdonarán el pan que les des”.
Cruzarse con ese rostro no es otra cosa que  chocar con la imagen de un Dios que se ha hecho hombre en el misterio de la Encarnación.
 
En sus escritos son muy frecuentes las advertencias, hasta las más simples, acerca de los cuidados y la delicadeza de los gestos manifestados en el servicio a los pobres: “el que esté sirviendo, preparará todo con amor y, al llegar cerca del enfermo, lo saludará amablemente, colocará la mesilla sobre la cama y, sobre la misma, una servilleta; luego colocará la cuchara, el tenedor y el pan”. Estas atenciones dan muestra de todo un estilo en el servicio al hermano; una forma de trabajar que puede ser aplicada muy bien a todo otro tipo de servicio, como el educativo, donde podemos encontrar niños, chicos o jóvenes que esperan de nosotros una palabra de aliento, una sonrisa o un consejo. ¿Cómo nos acercamos y cómo los acogemos?”.
 
La compasión, que es una consecuencia de la actitud de misericordia, es el sentimiento que Jesús experimentó y manifestó en el encuentro con una madre que había perdido a su hijo, o frente al ciego que le pedía el don de la vista, o mientras observaba toda una muchedumbre de personas abatidas y confundidas, justo como “un rebaño sin pastor”.
 
Esta compasión tiene que acompañarnos en nuestra charla con ese joven que golpea a nuestra puerta para un momento de encuentro personal, o con el padre aquel que no sabe qué hacer con el hijo que se le ha escapado de la mano y que ha dejado la casa. 

6.- La caridad más molesta y arriesgada

En una secuencia importante del mismo film “Monsieur Vincent”, el canciller Séguier, muy enojado, reta al protagonista diciéndole: “Señor Vicente, ha sido usted quien ha inventado la caridad. Antes, las personas de bien estábamos muy tranquilas con nuestras limosnas, pero hoy los pobres nos impiden dormir en paz”.
 
Con estas palabras, Séguier manifiesta su molestia por una realidad muy inquietante para él, pues se da cuenta que la acción caritativa y bien entendida empuja a toda la sociedad hacia un cambio de mentalidad y la lleva a una revisión de toda estructura injusta. De hecho, la de San Vicente era una caridad doblemente molesta:
 
Molesta porque nos interpela, como afirma Seguiré, y no nos deja dormir tranquilos. Frente a un pobre ya no podemos cerrar los ojos y pasar de largo, actitud que el mismo Jesús había censurado en la parábola del Buen Samaritano.
Molesta porque orientada a cambiar las reglas de juego en una sociedad ya instalada. De hecho, Vicente aceptó el nombramiento político de Miembro del Consejo de Conciencia, que lo constituía consejero del rey en sus relaciones con la Iglesia (nombramiento de obispos, abades, etc.) y, al mismo tiempo, lo hacía responsable de la enseñanza, de la sanidad y de la asistencia social. Esto le permitía introducir mejoras en todas estas áreas, CASI un Ministerio de la caridad desde el cual él podía organizar la ayuda a los pobres a nivel nacional.
Se decía que por sus manos pasaba más dinero que por las manos del Ministro de  Hacienda; pero en seguida se añadía que, por cierto, en su Banca de la Caridad los capitales no quedaban estancados por mucho tiempo.
 
Un nombramiento incómodo y una función arriesgada para quien no estaba acostumbrado a decir siempre “SÍ”, tampoco al temido cardinal Richelieu a quien tenía la osadía de echar en cara la miseria del pueblo: “Monseñor, tenga piedad de nosotros y déjenos en paz”.
Más tarde, cuando ese mismo pueblo, hambriento, cortó con barricadas las calles de París para protestar contra las continuas guerras intestinas y, queriendo castigar a esa pobre gente, el cardinal Mazzarino le negó el suministro de alimentos, Vicente organizó una mesa popular para dar de comer a toda la población y, montado a caballo, corrió a encontrarse con Mazzarino para decirle: “Monseñor, váyase, sacrifíquese para el bien de Francia”.
 
La caridad bien entendida se vuelve un firme recurso para administrar la justicia social pues, mientras trata de intervenir en la  necesidad del momento, al mismo tiempo busca cambiar las estructuras sociales ventajosas sólo para unos pocos e injustas para los más.
 
No son los teólogos los que dan más miedo a los gobernantes, sino los santos. Si embargo, un teólogo santo ¡puede ser dinamita pura!
Es verdad que en tiempos de San Vicente no se hablaba de la Teología de la Liberación ni de la opción preferencial por los pobres, sin embargo, su caridad junto con su santidad han sido suficientes para sacudir la Iglesia y la sociedad. Hombres como San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales y el mismo San Vicente han llevado adelante la gran reforma tridentina de la Iglesia.
 
Pasando a nuestros días, nos preguntamos ¿qué no ha significado, para América Latina y para la Iglesia, la vida y la obra del obispo y teólogo Romero? Y ¿cómo no sirvió a la Iglesia y a la sociedad actual la opción preferencial por los pobres, puesta en práctica por Santa Teresa de Calcuta? 

7.- Los laicos en la vida y en la obra de San Vicente

La colaboración entre religiosos y laicos es uno de los signos más característicos de nuestros tiempos y está llevando nuevo vigor a la Vida Religiosa, en general, y a las Congregaciones de vida apostólica, en particular. Por lo general, esta nueva relación, que se encuentra en constante expansión, se realiza por etapas progresivas:
 
*   Comienza  con  la colaboración profesional de los laicos en las Obras de apostolado
    llevadas por los religiosos.
*   De  a  poco,  estos mismos laicos descubren el carisma que anima estas instituciones.
*   Unos  cuantos  aceptan  de  vivirlo  en  su  vida profesional y hasta lo adoptan como
     proyecto personal.

Al realizar este camino, el carisma, que por mucho tiempo era considerado propiedad de los miembros de una Congregación, se va trasmitiendo a otras personas, aunque no consagradas. Es todo un proceso lento que necesita ser cultivado e incentivado para que llegue a su cumplimiento.
 
Esta relación, como dijimos, es un signo de los tiempos y, también, fruto del Concilio Vaticano II, que ha valorizado la función de los laicos en la Iglesia y ha resaltado la responsabilidad de los mismos en la transformación del mundo, en general, y de la sociedad en la cual les ha tocado vivir.
 
En este momento no es mi propósito pararme en desarrollar este tema, pero no puedo tampoco dejar de mencionar ciertas alusiones al argumento, que surgen de una forma espontánea al reflexionar sobre la vida y la obra de San Vicente.
En efecto, la relación que San Vicente de Paúl mantiene con el mundo laical se nos revela tan sólida, que la existencia y el desarrollo mismo de toda su obra de caridad no tendrían ninguna explicación sin la presencia de sus colaboradores laicos.
 
Como él mismo nos cuenta, fue la iniciativa generosa de la gente de Châtillon-les-Dombes que dio origen a todo el movimiento de las “Cáritas”. En efecto, viendo el gesto de sus feligreses que, de una manera tan misericordiosa como desorganizada, habían acudido a su llamada para socorrer una familia en dificultad, quiso aportar su grano de arena y planificó la ayuda para que durara en el tiempo. De esta manera nació la primera “Conferencia de  Cáritas”  que vio a los laicos como motor de la iniciativa y al Santo como su eficiente organizador.
 
Por otra parte, sin el soplo del Espíritu Santo, hubiera sido inconcebible que Vicente, in ese tiempo histórico y con la mentalidad dominante de entonces, pudiera concebir y fundar una Institución religiosa que no fuera una Congregación según los esquemas del Derecho Canónico, sino una Compañía, cuyos miembros, aún profesando los Votos religiosos, se quedaran canónicamente libres para el ejercicio de su apostolado. No quiso que la clausura, que en ese momento era la única forma de vida para las religiosas, pudiera restringir la Misión apostólica de sus Hijas de la Caridad, así como les había sucedido a las Visitandinas de San Francisco de Sales.  Tampoco quiso que se perdiera el espíritu inicial de la “Damas de la Caridad” que las empujaba a “ir entre los más necesitados”.
 
Sin embargo, San Vicente era consciente de las dificultades de su iniciativa y en las Reglas de la Hijas de la Caridad escribe:
“Las Hijas de la Caridad están convencidas de que no pertenecen al estado religioso, pues eso no sería compatible con la Misión propia de su vocación. Sin embargo, más aún que las religiosas vinculadas a la clausura, ellas están expuestas a los peligros y a las seducciones del mundo. Por lo tanto, recuerden que:
 
•   Las casas de los enfermos serán su monasterio;
•   Su habitación de descanso será su celda
•   La Iglesia parroquial será su capilla;
•   Las calles de la ciudad serán su claustro
•   Como  clausura  tendrán  la  Obediencia  y  no  irán  a ninguna parte que no sea para
     visitar  a  los enfermos  y  a  los  lugares  donde,  enviadas  por  la Comunidad, serán
     llamadas para ejercer su apostolado
•   Como grata tendrán el temor del Señor y como velo, la modestia”.
 
Si consideráramos las razones por las cuales nuestro Venerable Padre Fundador no quiso una Congregación de sacerdotes, sino de hermanos, podríamos comprobar que lo movieron las mismas consideraciones y las mismas motivaciones que llevaron a San Vicente a fundar una Compañía y no una Congregación. En efecto, según la mentalidad reinante en el siglo XIX, hubiera sido inadmisible que un sacerdote pudiera vivir en las prisiones y dormir en los recintos carcelarios. ¿Cómo podía pernoctar un sacerdote en esos lugares “malditos”, o compartir la misma vida de aquellos galeotes? Un cura no podía hacerse “uno de ellos”. Por eso los colaboradores de nuestro Padre Fundador debían ser “laicos”, pues esta condición de vida los dejaba libres para ejercer su servicio y su apostolado en condiciones extremas.
 
Cuando, más tarde, aflojó esta mentalidad que consideraba el estado sacerdotal como una élite y, al mismo tiempo, en nuestras obras de apostolado comenzó a notarse la falta de sacerdotes-capellanes, el Capítulo General de 1946 vio oportuno introducir el sacerdocio en la Congregación con la única finalidad del “servicio” en la Comunidad y en las Obras de la misma.
De esta manera, el hermano – sacerdote está llamado a ejercer su ministerio en la Misión apostólica que la Iglesia confió a la Congregación y en el respeto de su Carisma, mientras queda excluido, por ejemplo, el trabajo pastoral de presidir una Comunidad parroquial, pues no respondería al Carisma mismo. Pruebas de esta orientación son tanto la limitación del número de sacerdotes en cada Comunidad, como la declaración explícita que se encuentra en nuestras Constituciones y según la cual “el sacerdocio conferido a algún miembro de la Congregación no quita en algún modo a esta última su carácter laical”. 

8.- Laicos y hermanos asociados para una misma misión

Permítanme ustedes una pequeña reflexión sobre un punto que juzgo importante y muy interesante para todos nosotros, hermanos y laicos misericordistas.
Observando los pasos dados por San Vicente en su relación con los laicos, se puede ver como una línea de tiempo que comienza en los laicos y llega a las personas consagradas:
 
•   Constatadas  las  necesidades  de  las familias de la Parroquia, invitaba a las “Damas”
    para que proveyeran: unas primeras acciones individuales.
•   Para   coordinar   la   labor   caritativa,   invitaba  a  sus  feligreses  a  organizarse  en
    Asociaciones. De este modo surgieron las “Cáritas”.
•   Al  observar  que  también  estas  Asociaciones  no  llegaban  a organizarse, fundó la
    Compañía  de  las  Hijas  de  la  Caridad  con  la  tarea de coordinarlas y hacerlas más
    eficientes, dejándoles a las Asociaciones mismas su autonomía.
•   Así se llegó a un “caminar en común”: Laicos e Hijas de la Caridad.
 
Hoy, como Congregación, estamos llamados a realizar un camino contrario y, como religiosos, abrirnos a los laicos. En efecto, hoy son los Laicos mismos que golpean a nuestra puerta, nos ofrecen sus servicios, nos piden caminar juntos y ser formados en el espíritu que anima nuestra Congregación. A nosotros nos toca abrir esas puertas.
Esta nueva situación representa para nosotros los desafíos, las dificultades y las resistencias propias de todo cambio de rumbo. Y aún si nuestra vocación y nuestra formación es laical desde el momento que todos somos religiosos – hermanos, sin embargo existen razones  por las cuales algunos de nosotros ven dificultad la oportunidad y la necesidad de una colaboración leal con nuestros colaboradores laicos:
 
*      En nosotros, los hermanos, nos falta la confianza necesaria para depositar en los laicos funciones y responsabilidades inherentes a las Obras, con las consecuencias que ello pudiera implicar.
*      Somos incapaces de dejar ciertos esquemas mentales propios de otros tiempos y consideramos a nuestros laicos como colaboradores de segunda categoría, con lo cual no valorizamos la ayuda humana y profesional que nos podrían proporcionar en la gestión de las Obras y en el fortalecimiento del Carisma misericordista.
*      Desde el momento que nuestra condición de religiosos nos permite dedicarnos enteramente a la misión apostólica, viviendo en comunidad e, incluso, ocupando los mismos edificios de las Obras, pretendemos que los laicos tengan la misma disponibilidad y presencia, olvidando que su situación es muy distinta, desde el momento que están ligados a una familia y vinculados a otras obligaciones.
*      Quisiéramos ver en nuestros laicos un sólido espíritu misericordista, sin darnos cuenta que no hemos hecho nada (o muy poco) para formarlos y acompañarlos.
Al tiempo que nosotros auspiciamos que los laicos se conformen a nuestro estilo de trabajo tanto en la escuela como en las obras sociales, ellos esperan de nosotros una formación en el Carisma, que sea acorde a su estado de vida laical.
 
Toda relación humana nace del diálogo, se apoya en la benevolencia mutua y crece con el compartir los propios dones. ¿Estamos dispuestos a llevar un diálogo sincero con nuestros propios colaboradores, donar nuestro Carisma y, aún más, recibir de ellos las riquezas humanas, espirituales y profesionales que puedan proporcionarnos?
 
Como educadores, sabemos que las personas que se creen autosuficientes no pueden entrar en un diálogo verdadero, pues trasforman toda relación humana en un monólogo. ¿Nos consideramos autosuficientes?
 
De la misma forma que San Vicente se quedó admirado por la respuesta generosa de sus feligreses de Châtillon – les – Dombes y, valorizando su esfuerzo, organizó con los mismos la primera Asociación de “Cáritas”, así, de manera directa e insistente, pido a todos los Hermanos y, en particular a los de la Provincia Italiana, que tengan una verdadera confianza en nuestros Laicos y comiencen en serio y con convicción, el proyecto para la creación de una Familia Misericordista. 

9.- Conclusión

Aprovechemos la clausura de este Año Vicenciano para descubrir algo más de la persona y de la obra de nuestro Santo Patrono, sacando todas aquellas enseñanzas que puedan sernos útiles para nuestra vida y para nuestra espiritualidad de Hermanos y Laicos de Nuestra Señora de la Misericordia.
 
Concluyo con una síntesis de los puntos tratados:
 
*      Para entrar en la espiritualidad de San Vicente no podemos considerar sólo su obra de caridad, pues es necesario tener presente, también, el espíritu que ha animado toda su actividad pastoral.
*      Para San Vicente, la Caridad es lo sumo de la vida cristiana, pero ésta no se mantiene de pie sin el sostén de una intensa vida de oración.
*      El pobre y, en general, el necesitado, son ICONAS de Cristo y tenemos que servirlos con la misma dulzura con la cual sostendríamos la Hostia en nuestras manos.
*      La verdadera caridad busca una solución inmediata a las necesidades, pero no se queda en ello, sino que continúa trabajando para cambiar las estructuras injustas que se revelan como la causa de esas indigencias.
*      Toda la obra de caridad de San Vicente se apoya y se sostiene sobre una confianza muy grande en los laicos comprometidos.
El primer nombre que nuestro Padre Fundador dio a la Congregación ha sido el de: “Frères de la Charité Chrétienne de Saint Vincent de Paul” (Hermanos de la Caridad Cristiana de San Vicente de Paúl), y en ejemplar original de nuestra Constituciones de 1865 se lee: “Frères de Notre Dame de Miséricorde sous le patronage de Saint Vincent de Paul” (Hermanos de Nuestra Señora de la Misericordia bajo el patrocinio de San Vicente de Paúl). Estos dos títulos nos hablan de la grande veneración que nuestro Padre Víctor tenía hacia este Santo y nos dicen cómo él deseara que nuestro espíritu de Hermanos se conformara al de San Vicente.
 
Es la razón por la cual invito a todos los Hermanos, así como a ustedes, Laicos y Laicas que nos acompañan, para que reflexionemos de forma individual, en comunidad y en grupo acerca del significado y la importancia de nuestro Carisma de la Misericordia y de nuestra manera de practicar la caridad; igualmente les exhorto a verificar si los valores y las virtudes de San Vicente están presentes en nuestra vida y en nuestra actividad apostólica.
 
Que San Vicente, nuestro patrono junto a la Virgen María y a San José, nos dé aliento y ayuda. Por esto quisiera terminar esta carta citando el artículo 555 de los Estatutos del año 1851:
“Los Hermanos recurrirán muy a menudo a la intercesión de San José y de San Vicente de Paúl, para obtener, por su potente intercesión, la gracia de una tierna caridad para con los chicos confiados a su cuidado, de una atenta vigilancia en la conservación de su salud, la fuerza precisa para ayudarles en sus necesidades, el modo para corregirles muy dulcemente de sus defectos y de prevenir las faltas en las que pudieran caer, la capacidad de tener paciencia con sus errores y de soportar todo lo que de desagradable pueda general la desigualdad de caracteres”.
 
Unidos en Cristo, sigamos en nuestro servicio apostólico, el ejemplo de caridad de San Vicente de Paúl, nuestro Patrono.
 
Hno. Paolo Barolo, s.g.

P. S.  Aunque haya escrito esta carta con la mirada puesta especialmente en los Hermanos, nada impide que se la den a leer a los Laicos, nuestros colaboradores.